Nota

Bonnie & Clide y su Ford V8 «B»

El 23 de mayo de 1934, los dos ladrones más famosos de la Gran Depresión (la que vino después de la crisis del 1929, ésa misma con la que nos comparamos ahora) morían acribillados por la Policía en una emboscada y sin posibilidad de salir del Ford último modelo que hasta entonces les había permitido huir de todos sus atracos.

 

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Él se llamaba Clyde Chestnut Barrow y ella, Bonnie Elizabeth Parker y fueron traicionados por su propia banda.

Aunque se podría decir que él se llamaba Warren Beatty y ella Faye Dunamay, que son las caras por las que los conocemos todos por culpa de Hollywood. La gran pantalla hizo de los dos ladrones y asesinos más buscados por la Policía de Estados Unidos a principios de los 30 en unos héroes románticos.

 

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Sin embargo, dejaron un rastro de policías y tenderos muertos; robaron bancos y gasolineras y secuestraban a inocentes para usarlos como escudo en su huída ante los agentes del orden. Disparabann y nunca preguntaban.

Clyde tenía apenas tenía 25 años y las autoridades le atribuyeron una docena de asesinatos. A Bonnie, con 23 años y ya casada con otro hombre del que huyó para irse con Clyde, fue su mejor cómplice. Ambos, pese a que el FBI no soporta que se les entronice, se convirtieron en mito en una época de profunda crisis económica.

Como ocurre a menudo en Estados Unidos (al estilo Al Capone, que fue encarcelado por evadir impuestos), Bonnie y Clyde cavaron su tumba el día que atravesaron la frontera de un Estado a otro con un coche robado. Porque ese simple gesto puso a todo el FBI en marcha para su caza y captura al cometer un delito federal.

 

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Así que se preparó la trampa, se convenció a parte de la banda para que vendiera a sus líderes y una partida de seis agentes de varios estados y varios cuerpos les esperó a las afueras de Sailes (Luisiana), al amanecer.

Bonnie y Clyde murieron acribillados en el interior de su Ford V-8, Modelo B, el mismo vehículo que les había salvado en tantas ocasiones. Sólo un mes antes, Clyde Barrow había escrito al mismísimo Henry Ford para agradecerle la creación de un coche tan potente.

Ésta es la misiva, tal y como recoge el blog ‘Letters of note’ (el documento también está expuesto en el museo de Ford):

«Muy señor mío:

Mientras tenga aire en mis pulmones, le seguiré agradeciendo el coche tan genial que usted ha fabricado. He conducido coches de Ford exclusivamente cuando podía escapar con uno. Por su velocidad sostenida y su capacidad de librarme de los problemas, Ford ha conseguido lo que ningún otro coche e, incluso aunque mi profesión no sea estrictamente legal, no le hace ningún daño a nadie que le diga qué gran coche tiene usted en el V-8.

Sinceramente suyo,

Clyde Champion Barrow».

 

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